Depresión, en un caso real

Cerca de mi casa se inauguraba un negocio, recorriendo mi mirada por dentro del establecimiento me di cuenta que se trataba de una pastelería, una vitrina grande dejaba ver pastelillos decorados que incitaban a la compra, por fuera del negocio, un joven repartía volantes, su mirada llena de chispa y su cara sonriente, se dejaba ver en cada volante que depositaba en cada mano que se extendía al tomar aquel volante que anunciaba las ofertas del día y un pequeño descuento al mostrar el volante, se llamaba Carlos y era el hijo de la dueña del nuevo establecimiento, cuando pasaba por ese lugar, y siendo yo un enamorado de los pasteles, nunca le hacia el feo a la entrada del negocio, su dueña la Sra. Jackeline atendía amablemente a la clientela que llegaba al negocio, Carlos su hijo, se le veía tras un criztal en donde estaba el lugar donde se cocinaban los pasteles y en donde se decoraban con los turrones de colores, salia de ahí con mi pedazo de pastel, aspirando y llenando mis pulmones de aquel lugar, por el olor a golosina y pasteles horneados, con el tiempo fue dandose una bonita amistad con los dueños de ese establecimiento, los admiraba de tanto que trabajaban y al cabo de un tiempo, otra vitrina entro decorosamente por la puerta de entrada, la clientela seguía creciendo y el negocio no se daba abasto, aquel día que vi aquella nueva vitrina llena de pasteles, no pude evitar felicitarlos, Carlos sonreía orgulloso de ser parte de aquel negocio y la Sra Jackeline irradiaba como siempre felicidad. Cierto día encontré cerrado el establecimiento, me extraño que la puerta mostrara un pequeño anuncio que decía cerrado, pasaron tres días y el negocio todavía permanecía cerrado, decidí ir a casa de ellos que recordé donde se ubicaba, cuando llegue, me atendió una Señora que no reconocí, me presente con ella, y le informe que era cliente de la pastelería, su cara llena de tristeza me dijo lo siguiente que me dejo helado, ¿Conocía usted al joven Carlos? si dije inmediatamente, el murió hace tres días, mi cara de sorpresa aumento mas de estupor cuando menciono, el se suicido, de inmediato recordé al joven que con sus 17 años empezaba a levantar el vuelo, alegría y entusiasmo es lo que siempre alcancé a ver en su semblante y en su vida, lo que siguió después es que la señora que me atendía llena de tristeza me informo que Carlos pasaba por depresiones y que estaba en tratamiento, y en un arranque de rabia porque no le prestaron el auto para salir, opto por la puerta falsa, de la señora Jackeline y su familia no volví a saber nada, vendieron su propiedad y según tengo entendido, fueron a radicar a otra ciudad, ahora cuando paso por ese establecimiento de aquella pastelería, en la cual funciona un negocio de renta de películas, no puedo evitar elevar una oración por aquel joven que un día deposito en mis manos un volante para invitarme a probar los pasteles que su madre preparaba, en donde el se encuentre, en esos misteriosos planes divinos de Dios que no puedo sondear, descanse en vida eterna, y en donde este su familia que jamas he vuelto a encontrar encuentren la resignación en sus vidas... una depresión, un pedazo de pastel, marcaron también un pedazo de mi vida.